domingo, 11 de mayo de 2014

Los domingos son para los enamorados que no se quieren.

La he visto llorar,
perderme y perderse,
olvidar la rutina,
amar y reír conmigo,
juro que la he visto plantarle
cara a un domingo cualquiera
y enfadarse con la luna porque
no le contaba mis penas,
dejarse llevar a medias y
dejarse ser a escondidas,
que me ha besado las dudas
y me ha corregido los aciertos.

La he visto, también, desquererse,
una a una las partes de su
cuerpo mientras yo la elevaba
a la octava maravilla,
irse y volver,
para no quedarse nunca,
parafrasear con las estrellas
y recitarme lo más sagrado para mí,
que es el amor y sus ojos,
la he dejado un tiempo para
no ser costumbre,
me ha dejado ella para
vivir sin mí
y prometo y desprometo
que no la necesito,
que no me hace falta su mano
y que estoy retomando
mi segunda vida,
que es, por consecuencia,
de tercera mano y de las
que ya no quedan.

La he visto ser feliz y quererse,
cantar y bailarme mientras
le contaba las sonrisas,
desnudarse de pecados,
vivir y sentir.

La he visto,
la he visto y ya no la tengo
porque se volvió loca
y yo me volví cuerda,
y nos dejamos el perdón sobre la
cama para evitarnos el daño que es
el sin sentido de los cuerpos que
se exculpan con los ojos.

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