Cuando pierdes
algo te empeñas en seguir buscando,
miras una y
otra vez dentro del mismo cajón, del mismo bolso,
te abres en
canal y te exploras, contemplas cada mirada,
desconfías de
cada sonrisa y te haces enemigo hasta del mar,
una fiesta pasa
a ser la casa de la que huyes cuando todo va mal,
el consuelo de
lo perdido es quedarse a esperar y
algunos,
incluso, lloran.
Cuando perdemos
a una persona es algo parecido,
con la
diferencia de que lo que pierdes no es material,
es físico e irrecuperable.
Cuando alguien
se va, cuando ella se va
no hay deseos
que pedir ni estrellas que contar,
no quedan
cajones en los que buscarla ni bolsos que regalarle,
no tienes que
abrirte por dentro porque ya estás roto por fuera,
te acompañan
ojeras y recuerdos en cada trazo de tu rostro,
y sí, se fue y
ya no contemplas las miradas
ni encuentras
la suya al despertar,
las sonrisas
son falsas y ni el mar podrá traerla de vuelta,
la única fiesta
a la que asistirías sería a
la de sus
huesos clavándose en tus rodillas,
a la de su
cicatriz mordiéndote las noches,
todo va mal y
al final una pérdida siempre es una pérdida,
el desenlace de
lo inevitable y
cuando
marcharse es la única opción
quedarse a
escribir es la solución.